Reseña por Francisco Dellacasa
Patricio Kaulen no fue un cineasta prolífico - su carrera como director se centró principalmente en el documental - si nos atenemos al número de títulos que conforman su filmografía, pero “Largo Viaje”, película grabada en blanco y negro en el Santiago de 1967, justifica por sí solo un más que correcto quehacer en este ámbito artístico. Esta película, grabada en el contexto de la crítica social e ideológica de fines de los sesentas, es también mucho más que eso: es el reflejo estético y moral de una sociedad que apreciamos ya con nostalgia y que sólo el genio artístico tiene la capacidad de mostrárnosla en toda su cruel belleza; un retrato de una autenticidad increíble y a momentos sobrecogedora, de un mundo desaparecido, a través de la odisea de un niño para devolver sus alas de papel a su difunto hermano, “el angelito”, muerto tan sólo al nacer.
La singular grandeza de este filme no radica sólo en la simpleza de un relato conmovedor – con actuaciones no particularmente sobresalientes, pero siempre funcionales al relato - sino en la pasmosa profundidad con que capta momentos íntimos, algunos incluso atroces, con total fineza y fidelidad, mostrando las costumbres, penurias y la gran belleza oculta del Chile popular de su época, ad portas de desaparecer ante la vorágine implacable de la modernidad que se aproxima.
La escena del ritual del angelito, donde se nos muestra un espectáculo que combina por igual piedad, miseria y vitalidad es simplemente sensacional. Rezos, canto a lo divino, cueca, todo se funde en un ritual inmenso y aplastante de supervivencia ante la adversidad. Acá no sobra ninguna pieza, desde la música, las oraciones, el baile, los cortos pero magníficos diálogos; todo para hacernos caer hipnóticos del espectáculo de la vida vista por la mente lúcida e ingenua de un niño.
Lo que podríamos llamar la segunda parte de la película, contiene la peripecia descrita del protagonista por el Santiago de la época. Un paseo onírico con una multiplicidad de postales, situaciones y personajes magníficos componen el relato hasta llegar a su apoteosis final en la metáfora de la muerte como el único camino que les queda a los olvidados, transfigurados hacia la eternidad.
El Centro Cultural La Moneda pone a nuestra disposición esta obra magna en muy buena resolución.
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