Mayo-Agosto
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- Patricio Kaulen, “Un Largo Viaje”
Reseña por Francisco Dellacasa Patricio Kaulen no fue un cineasta prolífico - su carrera como director se centró principalmente en el documental - si nos atenemos al número de títulos que conforman su filmografía, pero “Largo Viaje”, película grabada en blanco y negro en el Santiago de 1967, justifica por sí solo un más que correcto quehacer en este ámbito artístico. Esta película, grabada en el contexto de la crítica social e ideológica de fines de los sesentas, es también mucho más que eso: es el reflejo estético y moral de una sociedad que apreciamos ya con nostalgia y que sólo el genio artístico tiene la capacidad de mostrárnosla en toda su cruel belleza; un retrato de una autenticidad increíble y a momentos sobrecogedora, de un mundo desaparecido, a través de la odisea de un niño para devolver sus alas de papel a su difunto hermano, “el angelito”, muerto tan sólo al nacer. La singular grandeza de este filme no radica sólo en la simpleza de un relato conmovedor – con actuaciones no particularmente sobresalientes, pero siempre funcionales al relato - sino en la pasmosa profundidad con que capta momentos íntimos, algunos incluso atroces, con total fineza y fidelidad, mostrando las costumbres, penurias y la gran belleza oculta del Chile popular de su época, ad portas de desaparecer ante la vorágine implacable de la modernidad que se aproxima. La escena del ritual del angelito, donde se nos muestra un espectáculo que combina por igual piedad, miseria y vitalidad es simplemente sensacional. Rezos, canto a lo divino, cueca, todo se funde en un ritual inmenso y aplastante de supervivencia ante la adversidad. Acá no sobra ninguna pieza, desde la música, las oraciones, el baile, los cortos pero magníficos diálogos; todo para hacernos caer hipnóticos del espectáculo de la vida vista por la mente lúcida e ingenua de un niño. Lo que podríamos llamar la segunda parte de la película, contiene la peripecia descrita del protagonista por el Santiago de la época. Un paseo onírico con una multiplicidad de postales, situaciones y personajes magníficos componen el relato hasta llegar a su apoteosis final en la metáfora de la muerte como el único camino que les queda a los olvidados, transfigurados hacia la eternidad. El Centro Cultural La Moneda pone a nuestra disposición esta obra magna en muy buena resolución. Crédito fotografía: Producción y distribución del film.
- Roma
De Historia de Roma por Theodor Mommsen. Garding, Dinamarca -actual Alemania-, 1817. Premio Nobel de Literatura en 1902. De sus célebres frases destaca: "El gran problema del hombre, cómo vivir conscientemente en armonía consigo mismo, con el prójimo y con el conjunto al que pertenece, admite tantas soluciones como provincias hay en el reino de nuestro Padre; y es en esto, y no en la esfera material, donde los individuos y las naciones manifiestan sus divergencias de carácter." Fuente: Historia de Roma por Theodor Mommsen. Tomo I. Traducción de Alejo García Moreno. Aguilar S.A. Ediciones. Sexta Edición 1965. Páginas 21 y siguientes. Fotografía: Colosseo. Paolo Costa Baldi. Tiene el mar Interior muchos brazos que penetran hasta muy adentro en el continente, haciendo de aquel el más vasto de los golfos oceánicos. Ora se recoge y estrecha entre las islas o las opuestas puntas de los salientes promontorios; ora ensancha y se extiende a manera de una sábana inmensa, sirviendo a la vez de límites y de lazo de unión entre las tres partes del mundo antiguo. En derredor de este gran golfo han venido a establecerse pueblos de diversas razas, si se los considera solo desde el punto de vista de su lengua y de su procedencia, pero que, históricamente hablando, no constituyen más que un solo sistema. La civilización de los pueblos que habitaron las costas del Mediterráneo, en ese período llamado impropiamente Historia antigua, hace pasar ante nuestras miradas, dividida en cuatro grandes períodos, la historia de la raza copta o egipcia, al Sur; la de la nación aramea o siríaca, que ocupa la parte oriental y penetra en el interior del Asia hasta las orillas del Éufrates y el Tigris; y, en fin, la historia de esos dos pueblos gemelos, los helenos y los italiotas, situados en las riberas europeas del referido mar. Cada una de ellas tuvo, sin duda, su principio en otros ciclos históricos, en otros campos de estudio; pero muy pronto emprendieron su camino y lo siguieron separadamente. En cuanto a las naciones de razas extrañas, o emparentadas con las anteriores, que aparecen diseminadas alrededor de este golfo extenso: bereberes y negros, en África; árabes, persas e indios, en Asia, y celtas y germanos, en Europa, han venido a chocar muchas veces con los pueblos mediterráneos, sin darles ni recibir de ellos los caracteres de sus progresos respectivos. Y si bien es verdad que jamás se acaba el ciclo de una civilización, no puede negarse tampoco el mérito de una perfecta unidad a aquella en que brillaron frente a frente los nombres de Tebas y de Cártago, de Atenas y de Roma. Hay aquí cuatro pueblos que, no contentos con haber terminado cada uno de por sí su grandiosa carrera, se han transmitido, además, por numerosos cambios, y perfeccionándolos cada día, todos los elementos más ricos y más vivos de la cultura humana, hasta que realizaron por completo la revolución de sus destinos. Levantáronse entonces nuevas familias que aún no habían llegado a las fértiles regiones mediterráneas sino como las olas que vienen a morir sobre la playa . Extendiéronse por ambas riberas. Separóse en este momento la costa sur de la del norte, en los hechos de la Historia; y, cambiando de centro la civilización, abandonó el mar Interior para trasladarse a las inmediaciones del Atlántico. Termina la Historia antigua y comienza la moderna, pero no solo en el orden de los accidentes y de las fechas, sino que se abre otra muy distinta época de la civilización, si bien enlazada por muchos puntos con la que ha desaparecido o está en decadencia en los estados mediterráneos, como esta se había enlazado, en otro tiempo, con la antigua cultura indogermánica. Esta nueva civilización tendrá también su propia carrera y sus destinos propios, y hará que experimenten los pueblos felicidades y sufrimientos; con ella franquearán todavía las edades del crecimiento, de la madurez y de la decrepitud; los trabajos y las alegrías del alumbramiento, en religión, en política y en arte; con ella gozarán sus riquezas adquiridas, así en el orden material como en el orden moral, hasta que lleguen también, quizá al día siguiente de cumplido su fin, al agotamiento de la savia fecunda y la languidez de la saciedad. No importa; este fin no es, a su vez, más que un período breve de descanso; y si, por más que sea grande, ha recorrido ya su círculo, la Humanidad no se detiene por eso; se la cree al fin de su carrera, cuando la están ya solicitando una idea más elevada y nuevos y más extensos horizontes y vuelve a abrirse ante ella su misión primitiva. El objeto de esta obra es el último acto del drama de la historia general de la antigüedad. Vamos a exponer en ella la historia de la Península situada entre las otras dos prolongaciones del continente septentrional que se adelanta por medio de las aguas del Mediterráneo. Está formada Italia por una poderosa cordillera que parte del estribo de los Alpes occidentales y se dirige hacia el Sur. El Apenino (tal es su nombre) corre primero hacia el Sudeste, entre dos golfos del mar Interior, uno más ancho al Oeste y otro más estrecho al Oriente, y hasta llega a tocar las riberas de este último por los macizos montañosos de los Abruzos, en donde alcanza su mayor altura y se eleva casi a la línea de nieves perpetuas. Después de los Abruzos se divide la cadena, siempre única y elevada, hacia el Sur; luego se deprime y desparrama en un macizo compuesto de colinas cónicas, separándose, por último, en dos eslabones, poco elevado el uno, que se dirige hacia el Sudeste; poco escarpado el otro, que va derecho al Sur, y termina por ambos lados en dos estrechas penínsulas. Las llanuras del Norte, entre los Alpes y el Apenino, continúan hasta los Abruzos. Geográficamente hablando, y hasta muy tarde en lo tocante a la Historia, no pertenecen dichas llanuras al sistema de ese país de montañas y colinas, a esa Italia propiamente dicha, cuyos destinos vamos a referir. En efecto, hasta el siglo VII de la fundación de Roma no fue incorporada al territorio de la República la parte situada entre Sinigaglia y Rímini (Sena-Gallica y Ariminum); el valle del Po no fue conquistado hasta el siglo VIII. La antigua frontera de Italia no era, por el Norte, los Alpes, sino el Apenino. Este no forma en ninguna parte una arista pelada y alta, sino que cubre, por el contrario, el país con su ancho macizo; sus valles y sus mesetas se enlazan por pasos apacibles, ofreciendo así a la población un terreno cómodo. En cuanto a las faldas y llanuras que hay delante de la montaña, así al Sur y al Este como al Oeste, su disposición es aún más favorable. Al Oriente, sin embargo, forma una excepción la Apulia, con su suelo aplanado, uniforme y árido; con su playa sin golfos, cerrada como está al Norte por las montañas de los Abruzos, e interrumpida, además, por el pelado islote del Monte-Gárgano (Garganus mons). Pero entre las dos penínsulas en que termina al Sur la cadena del Apenino se extiende, hasta el vértice de su ángulo, un país bajo, húmedo y fértil, si bien termina en una costa en que son muy raros los puertos. Por último, la costa occidental se enlaza a un país ancho que surcan importantes ríos, como el Tíber, por ejemplo, y que se han disputado desde tiempo inmemorial las olas y los volcanes. Encuéntranse allí numerosas colinas y valles, puertos e islas. Allí están la Etruria, el Lacio y la Campania, ese núcleo de Italia; después, al sur de la Campania, desaparece la playa y termina la montaña en el mar Tirreno como cortada a pico. Por último, así como Grecia tiene su Peloponeso, Italia confina también con Sicilia, la más bella y la más grande de las islas del Mediterráneo, montuosa y a veces estéril en el interior, pero que la rodea, por la parte del Sur y del Este especialmente, una ancha y rica zona de tierras casi enteramente volcánicas. Y así como sus montañas no son sino la continuación de la cadena del Apenino, de la que solo la separa un estrecho (la fractura, Rhegium o Reggio); así como ha desempeñado un papel importante en la historia de Italia, así también el Peloponeso ha formado parte de Grecia y ha servido de arena a las revoluciones de las razas helénicas, cuya civilización ha sido allí un día tan esplendente como en la Grecia meridional. La península itálica goza de un clima sano y templado, semejante al de Grecia; el aire es puro en sus montañas y en casi todos sus valles y llanuras. Sus costas no están dispuestas tan felizmente; no confinan con un mar poblado de islas, como el que hizo de los helenos un pueblo de marinos. Italia, en cambio, la aventaja en extensas llanuras surcadas de ríos; los estribos y laderas de sus montañas son más fértiles, están siempre cubiertos de verdura y se prestan mejor a la agricultura y a la cría de ganados. Es, en fin, semejante a Grecia, por ser una bella región, propicia siempre a la actividad del hombre, recompensándole su trabajo, abriendo al espíritu aventurero lejanas y fáciles salidas y dando a los menos ambiciosos satisfacciones sencillas y duraderas. Pero mientras que la península griega tiene vuelta su vista hacia Oriente, Italia mira hacia Occidente. Las riberas menos importantes del Epiro y de la Acarnania son a Grecia lo que a Italia las costas de Apulia y Mesapia; allí, el Atica y Macedonia, esos dos nobles campos de la Historia, se dirigen hacia el Este; aquí, Etruria, el Lacio y la Campania están situados al Oeste. Así, pues, estos dos países vecinos y hermanos se vuelven recíprocamente la espalda; y aunque a simple vista pueden percibirse desde Otranto los montes Acroceraunios, no es en el mar Adriático, que baña sus riberas fronterizas, donde se han encontrado estos dos pueblos; sus relaciones se han establecido y concentrado en otro camino muy diferente; ¡nueva e incontrastable prueba de la influencia de la constitución física del suelo sobre la vocación ulterior de los pueblos! Las dos grandes razas que ha producido la civilización del mundo antiguo han proyectado sus sombras y esparcido sus semillas en opuestas direcciones. No solamente vamos a narrar la historia de Roma, sino la de toda Italia. Consultando solo las apariencias del derecho político externo, parece que la ciudad de Roma ha conquistado primero Italia y después el mundo. No sucede lo mismo cuando se penetra hasta el fondo de los secretos de la Historia. Lo que se llama la dominación de Roma sobre Italia es más bien la reunión de un solo Estado de todas las razas itálicas, entre las que los romanos son, sin duda, los más poderosos, pero sin dejar de ser por eso una rama del tronco primitivo común. La historia itálica se divide en dos grandes períodos: el que llega hasta la unión de todos los italianos bajo la hegemonía de la raza latina, o la historia itálica interior, y el de la dominación de Italia sobre el mundo. Debemos, pues, referir el establecimiento de los pueblos itálicos en la Península: los peligros que corrió su existencia nacional y política, su parcial sujeción a pueblos de otro origen y de otra civilización, tales como los griegos y los etruscos; sus insurrecciones contra el extranjero; el aniquilamiento o la sumisión de este; por último, la lucha de las dos razas principales, latina y samnita, por el dominio de Italia, y la victoria de los latinos a finales del siglo IV antes de Jesucristo, o del V de la fundación de Roma. Estos acontecimientos ocuparán los dos primeros libros de esta historia. Las guerras púnicas abren el segundo período, que comprende los rápidos e irresistibles progresos de la dominación romana hasta las fronteras naturales de Italia, luego mucho más allá de estas fronteras; y, por último, después del largo statu quo del Imperio, viene la caída de aquel colosal edificio. Los libros terceros y siguientes estarán consagrados al relato de estos grandiosos acontecimientos.
- Reseña: Renato Zanelli
Francisco Marín. Por Francisco Marín. Santiago de Chile, 1981. El autor tiene estudios de psicología en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Desde temprana edad incursionó en el mundo lírico, especializándose en la historia de la ópera. El año 2018 dirigió un proyecto de rescate de grabaciones inéditas de Ramón Vinay y Claudio Arrau, digitalizándose veinticinco horas de audio, seleccionadas en una curatoría en conjunto con José Manuel Izquierdo y que corresponden a conciertos, ensayos, entrevistas y eventos sociales de carácter histórico. El material fue donado a la ciudad de Chillán. Marín dirige el sitio especializado Ópera Chile. Fuente: www.operachile.com Fotografía: Dominio público. Uno de los artistas líricos más interesantes del siglo XX, es el chileno Renato Zanelli. Al igual que su compatriota Ramón Vinay poseía una voz oscura, pero bien timbrada, en ese incierto umbral que distingue un tenor de un barítono. Comenzó cantando en esta última tesitura, para luego pasar a hacerlo como tenor, en la cual vio sus mayores éxitos. Nacido en Valparaíso un 1º de abril de 1892, era hijo de un emigrante ligur de nombre Ottorino, radicado en la región de Tarapacá, la que poco tiempo antes había pasado a ser chilena. Ahí, como tantos otros europeos, Ottorino hizo fructíferos negocios en la industria del salitre. En Chile, Ottorino se casa en segundas nupcias con Margarita Morales, pianista y pintora amateur con la cual, aparte de Renato, tendrá otros seis hijos. Algunos famosos como Carlos Zanelli-Morales, o Carlo Morelli, barítono de éxito internacional y Florencio Zanelli, maestro de canto en el Teatro Municipal de Santiago hasta su fallecimiento en la década de 1980. En 1894, el pequeño Renato viaja a Europa donde realiza sus estudios escolares y luego de economía; primero en Neuchâtel, Suiza y posteriormente en Turín, Italia. En 1911, vuelve a Chile para trabajar en la compañía de su padre y en la Bolsa de Valparaíso. En esa ciudad inicia sus estudios de canto con el tenor dramático italiano Angelo Querzé, quien en 1894 había protagonizado el estreno en Chile de la ópera Otello de Verdi. Con él trabajó diversos meses, hasta que estuvo listo para debutar profesionalmente. Es así como, en septiembre de 1916, Renato Zanelli canta por primera vez una ópera lírica. Se exhibe en el rol de Valentín en Fausto, de Charles Gounod, en el Teatro Municipal de Santiago. Al año siguiente canta en Montevideo los roles de Tonio (Pagliacci) y el Conte di Luna (El Trovador). En 1918, luego de una audición en el Metropolitan Ópera de Nueva York ante Giulio Gatti-Casazza, es contratado como primer barítono de esa compañía. Tal es la impresión que causa, que una semana después firma, con la casa discográfica Víctor un contrato para hacer veinte grabaciones. Un ascenso meteórico, para un artista que había debutado sólo dos años antes. Renato Zanelli canta por primera vez en el Metropolitan Opera el 19 noviembre 1919. Encarna a Amonasro en Aida junto a la soprano Claudia Muzio, el tenor Giovanni Martinelli y la mezzosoprano Gabriella Besanzoni, la que también debutaba en ese teatro. En Nueva York cantó como barítono hasta 1923. En estas funciones interpretó los roles de Tonio (Pagliacci) y Don Carlo di Vargas (La fuerza del destino) compartiendo escenario en ambas óperas con Enrico Caruso. Además, interpretó los personajes de Dodon (Le Coq d’Or), Il Conte di Luna (Il trovatore) - en una gira de la compañía a Philadelphia - y Valentín (Fausto). Su última aparición en la cuerda de barítono se llevó a cabo en el Central Park de Nueva York en un concierto al aire libre, con una selección de Otello, junto al famoso tenor puertorriqueño Antonio Paoli, donde cantó a Yago, el pérfido alférez del moro protagonista. En Italia, bajo la guía de los maestros Fernando Tanara y Dante Lari, decide dar un vuelco a su carrera al estudiar como tenor, con resultados asombrosos. No es el único caso de un barítono que se convierte en tenor. Además del ya citado Ramón Vinay, un camino similar lo había recorrido antes su maestro Angelo Querze. Su segundo debut, ya convertido en tenor, se produce el 28 de octubre 1924, como Alfredo en la Traviata actuando en el Teatro Politeama Giacosa de Nápoles. Lugar en el que luego, en noviembre del ese año, canta el exigente rol de Raoul en Los Hugonotes de Meyerbeer. En 1925 agrega al su repertorio Dick Johnson en La Fanciulla del West, Manrico en El Trovador, Cavaradossi en Tosca y Pollione en Norma, ópera que el mismo año cantará en el Teatro Regio de Parma. El 3 de noviembre de 1925, en el Teatro Politeama Chiarella de Turín se presenta, por primera vez, en el rol protagonista del Otello; probablemente el personaje con que más se lo identifica. En 1926 se exhibe en Buenos Aires y Río de Janeiro, donde sigue agregando roles a su repertorio: Canio (Pagliacci) y el papel protagónico en Nerone de Arrigo Boito. Ese el mismo año canta el Teatro Dal Verme de Milán también como protagonista en Lohengrin y Fausto. En 1927, actúa en Egipto en las óperas Otello, La africana y Mefistofele. En esos años, es considerado el mejor intérprete de Otello del mundo, papel que canta en los más prestigiosos teatros, como el Covent Garden de Londres. Vuelve a Chile, donde canta Lohengrin, Pagliacci, Carmen, Otello y el estreno local – y personal- de Tristán e Isolda (en la versión italiana, como era habitual en esos años hacer con muchas de las ópera alemanas y francesas). En la temporada 1929-1930 canta en el Teatro Real de Roma, La Valquiria, La Forza del Destino, Tristán y Isolda y en el estreno absoluto de Lo Straniero de Ildebrando Pizzetti. Entre 1930, Zanelli debuta en el Teatro alla Scala di Milán, con las óperas Tristán e Isolda y Lo Straniero. En 1931 vuelve a ese teatro, para cantar en La Rosa de Saaron de Adriano Lualdi. Los éxitos se sucedían uno tras otro. Pero tal vez ninguna representación fue tan emocionante como la del 17 de septiembre de 1931, en la víspera del aniversario patrio; un día histórico en la historia de la ópera en Chile. Renato canta en el Teatro dal Verme de Milán el Otello de Verdi, junto a su hermano Carlo Morelli que interpretaba a Yago. La orquesta la dirigía el maestro italo-chileno Alfredo Padovani. Mientras que entre el público, se encontraba la emocionada madre de los dos principales cantantes masculinos de la velada, Margarita Morales. En 1932, Renato Zanelli vuelve al Teatro alla Scala y a Roma con Tristán, y luego como Siegmund en La Walkiria en el Teatro Regio di Parma junto a Carmen Melis, quien posteriormente sería la maestra de la gran soprano Renata Tebaldi. En mayo de 1933 regresa a Sudamérica y en el prestigioso Teatro Colón interpreta Debora y Jael y Norma de Bellini. Luego de sus presentaciones en Argentina vuelve a Chile, donde en el Teatro Municipal canta en Andrea Chénier de Giordano, Tosca, El Trovador, Pagliacci, Mefistofele y Aida. El 12 y 15 octubre de 1933, Renato Zanelli canta en Santiago, el que sería el último Otello de su vida, cosa que él no sabía. Su última actuación, será un concierto en la ciudad de Osorno el 25 octubre 1933. En febrero de 1934 vuelve a los Estados Unidos, donde canta óperas y conciertos. Pero, el avanzado estado de su enfermedad, un cáncer renal, no le permitirá honrar todos su compromisos. En Chile, es intervenido quirúrgicamente, pero su deteriorado físico no resiste mucho tiempo luego de la operación. Es así como fallece un 25 marzo de 1935, una semana antes de cumplir los 43 años, en el ápice de su fama. Son numerosas las grabaciones de este artista, la mayoría de ellas en estudio, las cuales nos permiten apreciar un cantante de registro uniforme, de gran intención dramática, de cuidada línea de canto. Un artista moderno, pese a algunas inflexiones y efectos propios del canto de inicios del siglo XX. Una voz oscura, pero a su vez dúctil, que destacó en algunos de los roles más difíciles del repertorio tenoril. Además, existen grabaciones en vivo de este artista. Documentos de gran valor, para los jóvenes estudiantes de canto, musicólogos y el público en general. Un ejemplo de esto es la selección de Tristán e Isolda en el Teatro alla Scala de Milán en 1930, dirigido por Victor de Sabata. Renato Zanelli es recordado entre muchos aficionados a la ópera en todo el mundo. Lamentablemente en Chile es poco conocido, su nombre está asociado a algunas calles que llevan su nombre, pero gracias a internet podemos escuchar gran parte de sus grandes y cuidadas interpretaciones y hacer justicia a uno de los grandes cantantes de la edad de oro de la ópera.
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REVISTA CULTURAL / AÑO 1, N° 1 ENSAYO , 1 VIAJEROS Caesar & the republic by Adrian Goldsworthy, 4 Otto von Habsburg’s legacy by Edwin J. Feulner, 9 Garshin: a genius at suffering by Gary Saul Morson, 13 Saarinen & starchitecture by Michael J. Lewis, 18 BELLAS ARTES by Rachel Hadas, Ryan Wilson & Duncan Wu, 22; Antiguedad Clásica by Alexander Chula, 25; Literatura by Steven McGregor, 28; Arquitectura by Richard Howells, 32; Arte by Kyle Smith, 35; Música by Karen Wilkin, Leann Davis Alspaugh & James Panero, 39; Teatro by Jay Nordlinger, 47; The media by James Bowman, 51; Cine por ........................... 53; Reseñas : Brad Snyder Democratic justice reviewed by Andrew C. McCarthy, 55; Jennifer Homans Mr. B reviewed by John Check, 59; Stendhal, translated by Raymond N. MacKenzie Red and black reviewed by Brooke Allen, 62; Ludovico Silva, translated by Paco Brito Núñez Marx’s literary style reviewed by Anthony Daniels, 64; ÁGAPE: CRÍTICA CULINARIA by Charles Cronin, 77; ENTREVISTA y Rachel Hadas, Ryan Wilson & Duncan Wu, 22; CORRESPONSALES Londres by Alexander Chula, 25; Japón by Steven McGregor, 28; Rabat by Richard Howells, 32; Concepción by Kyle Smith, 35; Adana by Karen Wilkin, Leann Davis Alspaugh & James Panero, 39. A rbores autumnales ARTÍCULOS DESTACADOS El Acorazado Feth-i Bulend d y la misión del comandante Lynch en Estambul Por Paulino Toledo Mancilla Revista Caravasar © sólo utiliza información y contenido gráfico de dominio público, o bien, cuyos derechos han sido previamente autorizados o cedidos por su autor. Ante cualquier uso involuntario de propiedad intelectual por parte de esta revista, agradeceremos dirigirse al correo info@caravasar.net